Hay un cerdo que corre siempre de cinco a seis de la tarde por mi patio sin parar y repitiendo la misma secuencia: de esquina a esquina primero, luego de lado a lado. Todos los días lo observo con atención un par de minutos y después trato de frenarlo, sin éxito.
Una vez me lanzó lejos con una embestida que casi me mata. Decidí no volver a intervenir. Aún así lo sigo mirando cada vez que lo hace sin que me sea posible comprender la razón de su locura.
- No. Tú estás loco.
- No lo creo.
- Sí. Tú estás loco.
¡Miren todos, ahí está el cerdo corriendo de nuevo! ¡Ahora se está deteniendo poco a poco! ¡Se va a detener! No. Sigue corriendo como si no fuera un puerco grasoso y obeso.
Parece que me sacó la lengua y ahora se ríe mientras trota. Sí, ahora trota. Es increíble.
Ayer llamé a mi abuela y le dije que tenía que venir a mi casa hoy entre cinco y seis para ver a un chancho que corre por mi patio sin parar; debe estar por llegar.
Suena el timbre.
Es mi abuela con cuatro de mis hermanos, dos de mis sobrinos, mi primo y su polola, el señor del almacén, el vecino de la vecina del colega de mi tía y cinco amigos de la infancia que quisieron venir a ver al cerdo de mi patio. Traen cámaras fotográficas –digitales– y de video.
- Queremos ver al cerdo que corre por tu patio – gritan todos entusiasmados.
Marchan en fila, tan expectantes e ilusionados que casi me golpean cuando al acercarse al ventanal no ven más que un cerdo famélico, detenido en su gordura.
Lentamente mi sobrino menor deja caer el peluche que le habían regalado para su cumpleaños; el otro sobrino suelta una lágrima y oprime un grito; mi abuela mastica el aire dentro de su boca y mueve su cabeza de lado a lado; mi primo y su polola se besan apasionadamente en el sofá; mis hermanos endurecen el gesto; los cinco amigos de la infancia se miran como hablando en un lenguaje telepático que sólo ellos pueden comprender; el señor del almacén intenta vender un producto y el vecino de la vecina del colega de mi tía se pregunta qué cresta hace aquí.
Cuento cuatro segundos de silencio antes de que comience a desatarse mi propia locura. Empiezo a caminar y luego a correr por la casa, atropellando a todo el mundo, primero de esquina a esquina y luego de lado a lado. Mi abuela se desmaya y aplasta a uno de sus nietos, los amigos de la infancia intentan en vano detenerme, y casi todos los demás escapan de mi casa; sólo se quedan el señor del almacén y el vecino de la vecina del colega de mi tía, ambos con planes totalmente distintos.
Mientras tanto yo corro y corro sin parar por el comedor, la cocina, mi habitación y vuelvo al comedor.
Cámara lenta. El vecino lanza un golpe directo a mi rostro, pero carece de efectividad: lo mando a volar con el choque de mi locura endemoniada. No logra disminuir mi velocidad asesina.
De pronto siento una enorme fatiga y apenas levanto los pies temblorosos. El cuerpo me suda. Apesto. Caigo.
Miro por el ventanal y desde afuera me miran un cerdo y su familia. No sé si quieren reírse, los muy puercos, o si se quedaron en silencio decepcionados de algo.
Recorde de repente...
Hace 13 años
1 comentario:
buen relato ricardo, me alegro que hayas abierto un blog y ojalá que te sirva el lugar para ir publicando todo lo que escribas y también para conocer otros bloggers...
eres bienvenido a visitar el mío y leer lo que quieras, mira q lo último será interesante pero hay muchas cosas mejor escritas o al menos más divertidas :P
Publicar un comentario