20 diciembre, 2010

Por eso viajo

Se acerca el momento de partir.

Antes de andar el incierto camino que me espera, identifico los grandes conceptos que, cuando convergen, dan forma al gran concepto de viaje.

Primero está lo humano. Soy un ser humano que cree en la existencia de otros seres humanos, integrales en potencia, pero limitados por la elite dominante, mediante la deformación de la educación; y cuando me entiendo como ente deformado, violentado por un sistema, decido educarme más allá de la institucionalidad. La vida es mi gran Universidad, y los conocimientos que se intercambian en la interacción -en el diálogo- con las personas, es para mí el verdadero aprendizaje.

Después están los pueblos. Creo en la existencia de pueblos americanos, con su cultura propia, que los hace independientes en su manera de entender el mundo, y con su historia, que los vincula constantemente por el pasado de dolor y violaciones a las que han sido sometidos. Aquellos pueblos aún son violentados en sus libertades, y sus posibilidades son determinadas por el mercado global.

El viaje aparece entonces como nexo entre el viajero -humano- y los pueblos -constituidos por seres humanos-, como una búsqueda constante que se convierte, finalmente, en una forma de vida, pues el que viaja debe sobrevivir, resolviendo las necesidades en el camino mismo, como nómada que vive mientras anda. Es una forma de vida que busca siempre lo nuevo para reentender lo antiguo, para aprender en el diálogo, para configurar una visión de mundo que en la práctica vence las fronteras.

Debo agregar que busco el dolor propio de cada pueblo, que es consecuencia de esa historia de violencia ya mencionada, y efecto también de la impotencia generada por la opresión actual que actúa desde los grupos de poder que gobiernan la economía mundial. El dolor de los pueblos da luces de lo que somos, y se manifiesta de manera directa en el canto popular, como expresión del alma que afecta al cuerpo, y también en la danza, como expresión del cuerpo que afecta al alma.

Pero no todo es dolor. También hay vida, alegría, esperanza y amor, como mensaje de pueblos que aún conservan aquello profundamente humano, aquello que todavía no es exterminado por las invasiones de las transnacionales. Mientras exista eso, habrá esperanza de unión verdadera en la lucha contra las injusticias.

Por eso y mucho más es que he decidido viajar. Con el tiempo, y a medida que avance en el viaje de mis años, pretendo ir completando en mi memoria -y en el papel- los aprendizajes que no se encuentran en ninguna institución, y que nacen de la experiencia humana y la reflexión sobre aquella.