Un cangrejo solitario sentose a la orilla del mar, pensando que los cangrejos mueren, y odiando a la muerte, pues hacía que los cangrejos murieran.
Una gaviota lo miró con curiosidad y se le aproximó para preguntarle en qué pensaba.
- En que los cangrejos debemos morir.
- Las gaviotas también morimos.
- ¿Y tienen idea de por qué les ocurre?
- No.
- ¿Se lo han cuestionado?
- No.
El cangrejo miró el horizonte y se preguntó si la gaviota era estúpida o demasiado conformista. Siguió mirando el horizonte.
- ¿Qué miras? – quiso saber la gaviota.
- Nada. Sólo pienso.
- ¿En qué?
- En que las gaviotas vuelan, y no saben por qué; comen, y no saben por qué; incluso viven, y no saben por qué.
- ¿Para que quiero saber por qué?
- Para explicármelo a mi, que no acabo de entender. Así quizá comprenda por qué motivo ustedes, las gaviotas, se encargan de finalizar la existencia de nosotros, los cangrejos.
- Por ley.
- ¿Ley de quién?
- De Dios. El lo establece todo.
- Entonces Dios es un tirano, que prefiere a las gaviotas antes que a los cangrejos.
No siguieron hablando de leyes y tiranías del Dios que pudo existir; la gaviota no sabía lo que era un tirano, pues nunca había pensado en ello.
Hablaron de otras cosas, y el cangrejo le explicó que si algún día descubría la explicación a sus interrogantes, sería inmortal.
- ¿Inmortal?
- Sí, inmortal; como ningún cangrejo lo ha sido antes.
La gaviota no concebía la idea de inmortalidad, y se limitó a sacudir sus alas, por costumbre.
- Si no entiendo la muerte, moriré – continuó el cangrejo –. Pero cuando logre hallar la respuesta no tendré que morir para experimentarlo. Seré inmortal.
Se marchó entonces la gaviota sobre el mar infinito, y se encontró con un pelícano que le habló sobre un cangrejo que estaba en la orilla sin moverse.
- Está pensando – le explicó la gaviota.
- ¿En qué? – quiso saber el pelícano.
- En la inmortalidad del cangrejo.
Recorde de repente...
Hace 13 años